Los peques son muy propicios a los cambios de humor. La alegría y la felicidad más completas pueden trocarse en un ataque de rabia y en una sonora pataleta, cuya causa a veces cuesta identificar entre tanto alboroto. Si antes todo era de color de rosa, ahora el ambiente se tensiona y oscurece hasta descargar la tormenta. Pero la tormenta amaina, y unas palabras pueden ayudar a enjugar las lágrimas y a que la mueca de enfado se transforme en la más enorme de las sonrisas.
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